Jesús sigue invitándonos a encontrarnos

En medio de una pandemia y en un 2021 con tantos riesgos, no quiero que se malinterprete el corto mensaje que quiero dejar en estás pocas líneas; no espero que salgamos a violar todos los esquemas de bioseguridad ni nada similar, el virus es real y debemos seguir cuidándonos, buscando siempre que prevalezca la vida y el bien común.

Jesús, con su nacimiento, ese que conmemoramos cada diciembre, y con su posterior relato en los evangelios, nos invita continuamente a dejar de lado la exclusión, a contaminarnos (en sentido figurado), a no temer los abrazos de aquellos que son tildados de «pecadores», que son excluidos; abrazar a los migrantes, a los pobres, abrazar con los brazos de la mirada comprensiva con los lazos de la solidaridad real, buscando siempre dignificar a aquellos que han sido menospreciados.

Ese gran Maestro de Nazaret nos invita a contagiarnos del amor verdadero, de ese amor que se debe expresar y hacerse eficaz en la entrega desmedida hacia los menos amados por la sociedad, hacia los más pequeños, un amor que es más verdadero que cualquier otro porque se da a aquellos que no tienen nada que dar a cambio, hacia los más amados por Dios, hacia sus preferidos.

Fray: Una misión, no un título

En medio de diversas reflexiones sobre algunas circunstancias con las que se termino el año inmediatamente anterior, el 2020, escribo estás líneas con un título que se basa en un gran tema que he querido desarrollar hace algún tiempo y frente al cual solo esbozaré alguna reflexión corta aquí. Me refiero a la cuestión de: ¿Qué es ser «fraile»? Una pregunta que, dicho de paso, casi siempre me hacen cuando me presento como Fray Julián o Fray Gato.

Algunos podrían intentar igualar el «ser fraile» a un título civil como el de abogado o psicólogo; también, suelen equipararlo en su mente a un oficio determinado como el de párroco; inclusive llegar a pensarlo como si se tratará de un estado de vida como el de casado. Sin embargo, aunque puede parecerse un poco a alguna de estas categorías, sigue siendo algo diferente, algo que considero que va un poco más allá de los ejemplos antes mencionados.

A nosotros, los frailes dominicos, nos empiezan a llamar así justo después de la toma de habito pues a nuestro nombre se le agregan cuatro letras antes «fray» y dos (para abreviar) al final «O.P.». Llegados a este punto debo recordar que las cosas se pueden conocer, según algunos teóricos, por la posibilidad de nombrarlas, es así como podemos hacernos imágenes mentales a partir de una palabra. Por ejemplo, si usted que me lee, logra identificar el termino «perro» se imaginará un animal de la familia de los caninos, seguramente alguno que ha visto antes. En el caso de los frailes nos cambian el nombre, se hace una resignificación de lo que somos y de como nos verán de ahora en adelante, de la imagen mental que se hacen de cada uno y que nosotros mismos nos hacemos.

Si algún fraile me lee, independientemente de la comunidad a la que pertenezca, recordará que llamar «fray» a un hermano es muy útil cuando no recordamos su nombre, pero también puede llegar a ser impersonal pues todos nos llamamos fray, no hay diferencia entre «fray» y «fray» si no se reconoce el resto del nombre, eso nos diluye convirtiéndonos en una cierta clase de masa amorfa y puede lograr que dejemos de aprender los nombres de los otros, lo cual no es otra cosa que desconocer la individualidad de impedirnos a nosotros mismos la capacidad de crear verdaderas relaciones interpersonales entre nosotros, insisto en que se trata de un fenómeno que se puede dar sobre todo en los primeros años (sobre todo el primero) dentro de una comunidad y que suele superarse sin mayor traumatismo.

A pesar de esa etapa de cierta impersonalidad, ser frailes realmente nos hace ser una familia, es ese el gran significado real del «fray», nos cambian el nombre y nos agregan un apellido para reconocernos como parientes; somos hermanos, hijos de una familia religiosa y esto se siente en momentos de alegría y tristeza de forma particular, es una cierta vivencia real de ser cristianos y de pertenencia familiar que en medio de las diferencias nos ayuda a seguir convencidos de trabajar y vivir en común, dándonos a aquellos que lo necesitan, ser fraile es más que un titulo, es una misión, la misión de ser hermano.

Etiquetas y bullying

Desde el surgimiento de las redes sociales la palabra etiqueta se ha hecho cada vez más popular, aunque algunos pueden preferir el termino en inglés hashtag, son empleados en redes sociales para tratar de enmarcar las publicaciones dentro de una categoría puntual y con esto poder viralizar o encontrar más fácil los post o publicaciones, trinos, mensajes o como los denomine la red que tiene que ver con dicho tema. Sin embargo, no busco aquí referirme a ese tipo de etiquetas, sino a lo que refiere en el lenguaje común fuera del tecnológico.

Ahora bien, cuando decimos que «etiquetamos» a alguien o que nos han «etiquetado» a nosotros, nos referimos a cómo clasificamos o cómo nos clasifican los demás, a que grupo social, racial, mental o qué sé yo, se supone que podemos pertenecer o nos parece que pertenece un otro.

Muchos pueden pensar que esto es común y que «siempre ha sido así», quizá sea cierto y tengan razón; a pesar de ello, que sea verdad no significa que sea bueno. En la historia vemos pueblos que siempre tuvieron esclavos pero eso no justifica la esclavitud. El gran problema es realmente la cosificación que se hace cuando etiquetamos a alguien, ya no lo vemos con todo lo que implica su individualidad sino que lo empezamos a ver como parte de una masa amorfa, amorfa pero uniforme.

Para algunos estas letras pueden llegar a ser como llover sobre mojado; sin embargo, en una sociedad en la que vemos matoneo (bullying) en diferentes medios, polarizaciones políticas, noticias falsas y otros elementos similares todo el tiempo, nunca está de más un poco más de lluvia, aunque el suelo este mojado.

Los miro, me miran, pero no sonreímos

Caminar por Bogotá y seguramente por muchas ciudades más, en este noviembre del que algunos llaman «primer año de la pandemia» y otros prefieren decirle solo «2020» a secas, se convierte una cierta aventura extraña que trae a la mente nostalgia, esperanza, tristeza… en fin, una mezcla extraña. Pero lo que más me sorprende es que cuando entras a cualquier sitio (tienda, taller de mecánica, supermercado, templo, etc.) lo primero que te encontrarás ya no es una sonrisa, ni real ni fingida, sino unos ojos temerosos al contagio que te mirarán de arriba a abajo esperando (confiando) que te laves las manos en gel antibacterial antes de ingresar.

No estoy aquí despotricando sobre el uso del tapabocas o mascarilla, el tema que quiero poner sobre la mesa con este pequeño escrito es la ausencia de gestos en el lenguaje del tiempo de pandemia y que posiblemente trascienda por un buen tiempo, es difícil leer el rostro del otro con el tapabocas puesto y por el contrario, es muy fácil que se presenten malas interpretaciones de las miradas.

Quizá sea un asunto sencillo, tal vez solo debamos acostumbrarnos o simplemente sea un tema sin importancia frente al que he exagerado. Sin embargo, es algo para seguir pensando durante estos meses en que estamos construyendo juntos, cada día, esto que algunos han denominado nueva normalidad, creyendo en que existía una sola «normalidad» y que ahora hay otra sola nueva pero es un tema para otro texto.

Nota: A pesar de la preocupación por los gestos, siempre será preferible mal interpretarnos un poco estando vivos que tener certezas de lo que dijeron los muertos.

¡No deje de usar el tapabocas, querido lector!
Los suyos lo quieren vivo.

La dignidad nos trae la paz (Mt. 10,13)

Es curioso observar como Jesús envia a sus discípulos con una disposiciones particulares y claras, dentro de ellas, me llamó mucho la atención (aún lo hace) cuando leí a detenimiento en el capitulo diez del Evangelio de Mateo donde menciona: «Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz» esta frase me resuena seguido en la mente, «si la casa es digna» ¿qué es (o qué hace) una casa digna? ¿qué es algo digno?

Aunque sea difícil responder estás preguntas debido a la segura búsqueda de máximos de cada persona, todos tenemos alguna idea mental de lo que es dignidad; sin embargo, quizá podamos ponernos de acuerdo en algunos mínimos, cómo bien lo podría explicar Nussbaum. Debemos reformular la pregunta y preguntarnos mejor ¿qué es lo minimo que debe tener una casa para ser considerada «digna»?

Sin exagerar, creo que estaríamos de acuerdo al decir que lo primero es tener cierta seguridad de que esa casa digna no será arrebatada a quien vive en ella, además, es necesario que en dicha casa exista una cama digna para cada uno de sus habitantes y comida para satisfacer a los mismos, quizá algunos elementos más pero no entraré en detalles, creo que ya comprende amigo lector a los mínimos a los que me refiero y seguro está de acuerdo con ellos.

«Si la casa es digna…» le dice el Señor a sus discípulos, eso podría explicar nuestra ausencia de paz, ¿no?, la falta de dignidad de muchas de las casas o incluso la ausencia ellas para muchos de nuestros hermanos, de tantos que a pesar de mantener su dignidad ontológica (por ser humanos) está no se ve reflejada en su vida diaria, en el poder tener una «vida digna».

Muchos exegetas y conocedores tendrán otras interpretaciones que seguramente son más validas en materia teológica, sin embargo, lo que busco aquí no es una interpretación desde la ortodoxia misma, la cual respeto y acojo, sino más bien una reflexión desde la ortopraxis en la que no pretendo compartir con el amigo lector una interpretación hegemônica de lo que dijo el Señor,sino más bien, una lectura de lo que creo nos puede decir hoy la Palabra, al menos lo que me dice a mí hoy, y que seguramente seguira diciendo: Hasta que no exista un reconocimiento de unos a otros de una dignidad universal no habrá paz.

El poema de la naturaleza

A continuación se presenta un juego literario que intenta continuar el «poema de la naturaleza » de Parménides de Elea.

B20

  1. Un poco más al oriente la divinidad observa una cultura que avanza a grandes pasos
  2. sin embargo, decide dividirla y repartirla por el mundo
  3. y para lograrlo empieza por derribar (confundirlos) su gran torre
  4. y luego decide optar por acompañar a un hombre en particular,
  5. un tal Abraham a quien elige como la niña de sus ojos.
  6. Abraham es así el encargado de llevar una cultura (elegida) alrededor del mundo,
  7.  De allí nació Ismael y todos los que se conocen como árabes.
  8. También Isaac y todo el pueblo judío
  9. Los elegidos (hijos de Abraham)
  10. creyeron ser elegidos ellos mismos de forma individual (única) y allí nació la guerra

B21

  1. La gran deidad que conoce el corazón (corrupto) del hombre no puso todos sus esfuerzos en Abraham.
  2. Se dio cuenta al mismo tiempo que eligió a Abraham de un espacio al occidente donde también avanzaba una cultura.
  3. allí decide acompañarlos y se hace (la deidad) grano
  4. los alimenta y fortalece con la esperanza puesta en su evidente supremacía
  5. una raza de hombres inteligentes, fuertes y valientes.
  6. la deidad acompaño a estos por años, pero algo salió mal
  7. los hijos de la guerra (de Abraham) se encontraron con los hijos del maíz y los atacaron
  8. a pesar de la superioridad intelectual y corporal de los hijos del maíz, la sagacidad y maldad de los hijos de la guerra los supero a través de su arma secreta, el engaño
  9. la deidad se dio cuenta, pero no hizo nada, no podía decidir entre sus hijos y los dejo que solucionaran sus problemas
  10. fue así como llego el maíz al resto del mundo, llevando a muchos hijos del maíz a la diáspora por años, algunos aún vagan hoy (migrantes) con una arepa en la mano.

Somos un don de Dios para los otros.

«Don» una palabra muy cristiana, no porque sea exclusivamente cristiana, sino porque cuando revisamos las enseñanzas de Jesús nos encontramos con facilidad con la importancia de los dones que Dios nos da cada día, los dones que tiene Dios con nosotros y con los otros.

Desde la creación en comprensión más amplia, hasta cada pequeño respiro que damos se pueden leer como un don del creador; sin embargo, a veces tendremos una visión egoísta que nos encierre en la cultura del «yo», en creer que cada uno de esos dones de Dios son para mi; mi perro, mi finca, mi comida, mi hermano, mi… ¿todo es mio? ¿todo es exclusivamente mio?

No estoy negando la necesidad de compromiso y que Dios no nos regale todo esto a mi cada uno, sin embargo, todos esos dones no son es «míos» sino es nuestros; es más, yo soy de ustedes también, no como posesión sino como don de Dios para servirles y ustedes que me leen (y los que no), son un don para mi, para servirme de cara a este camino que caminemos juntos.

Cuando hablo de «servirnos» me refiero a mucho más que un utilitarismo, se trata de reconocernos como hermanos que caminan juntos, que en palabras del Papa Francisco estamos llamados a «construir una amistad social» que deje atras la «cultura del descarte» y transformarla en una «cultura del encuentro», en una cultura del amor, del Amor Eficaz.

Es el día

Querido lector, ¿Cuántas veces ha querido hacer un cambio en su vida? ¿Qué lo está deteniendo para iniciar? Muchas veces el peso de perder o de dejar cosas o personas atrás nos limita, nos ata; terminamos amarrados sin darnos cuenta que el tiempo sigue pasando y que estamos viviendo sin ser nosotros mismos, o sin ser lo que quisiéramos ser.

Para usted, hoy que lee estas palabras, estas cortas líneas: ¡hoy es el día! Hoy debe dar los pasos necesarios para llevar a cabo los cambios que quiere y una vez empiece, no mire atrás, deje las maletas lejos, suéltelas, decida ser usted mismo y comparta ese usted con otros yo, con esos que puede construir un nosotros (un ustedes) que enriquezca a todos los yo que lo componen.

Una misión silenciosa

A veces me cuestiona lo mismo que a muchos: ¿Por qué la Iglesia después de tanto tiempo aún tiene pecado? ¿Por qué no ha terminado con el hambre mundial? ¿Por qué, en Colombia, la Iglesia no se enfrenta directamente contra los vientos en los lugares donde hacen presencia? ¿Por qué algunos son tan tibios con temas de corrupción estatal?… Estas y muchas otras preguntas más.

Luego respiro un poco y pienso que, realmente la Iglesia ha cometido errores en la historia eso es claro; sin embargo, hace lo que puede. En un país como el nuestro es más importante la presencia silenciosa que ayuda al tejido social, que actúa como siervo doliente al lado del pueblo. No necesitamos ser caudillos que a los pocos días de un sermón son expulsados de las poblaciones que debían acompañar o peor, asesinados, convirtiéndose en una cifra más.

Espero comprenda, querido lector, que estás pocas líneas no buscan ser solución, sino más bien comprensión y quizá recuerdo de tantos que hacen misión silenciosa, incluso sin que la misma sea reconocida.

Dos diferentes, pero iguales

«¡Qué viva la diferencia! El dialogo, las historias, Fray Julián y Carolina» así reacciono un twitero tras publicar una foto del encuentro que tuve con Carolina Sanín en el convento Santo Domingo de Bogotá (donde vivo); aprovecharé ese comentario como excusa para escribir al respecto, pues ademas de crecer en el ego por ser reconocido (a todos nos gusta ser reconocidos) ese trino también me dejó un ruido, eso de «la diferencia», ¿somos diferentes Carolina y yo?

Obviamente tenemos diferencias, seguro muchas: la edad, el genero, las experiencias vividas, la calidad en la escritura (ella es una gran escritora), entre otras; sin embargo, ambos somos en cierto modo iguales, somos seres humanos, sentimos, reímos, lloramos, nos compadecemos, escribimos, trinamos, amamos, somos. En este sentido, somos diferentes, como todos, pero también somos iguales, como todos, «absurdos» diría ella.

¿de que hablan una escritora vegana y un fraile amante del arroz con pollo por cerca de dos horas? pues de todo, es la ventaja de reconocer que somos y que el otro es, que el yo puede dialogar con el tú, con otro yo que se devela tras cada palabra, que deja ver su rostro a pesar del tapabocas, que comparte sin preocupaciones ni reservas, que es y deja ser, que se comunica.

Charlamos de muchas cosas, de animales, ciclos de formación, de la Orden de predicadores, de la vida común, de las ovejas, de la vida religiosa femenina, de la vida contemplativa, de la oración, de los edificios, los espacios, las letras, la pedofilia, la gente chismosa, la politica, los paramilitares, los guerrilleros, de su perra y de mi gata y de muchas cosas más.

Termino este escrito con algo de vergüenza, no es sencillo escribir del encuentro con alguien que de verdad escribe, sin embargo lo comparto con usted que me lee y seguramente con ella que me leerá y a la que desde ya le reitero con estas letras que ha dejado una puerta abierta en este convento y en el que me pueda encontrar de aquí a algunos años, espero podamos (no de podar sino de poder) compartir más café, más papaya y más pan.

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