En medio de una pandemia y en un 2021 con tantos riesgos, no quiero que se malinterprete el corto mensaje que quiero dejar en estás pocas líneas; no espero que salgamos a violar todos los esquemas de bioseguridad ni nada similar, el virus es real y debemos seguir cuidándonos, buscando siempre que prevalezca la vida y el bien común.
Jesús, con su nacimiento, ese que conmemoramos cada diciembre, y con su posterior relato en los evangelios, nos invita continuamente a dejar de lado la exclusión, a contaminarnos (en sentido figurado), a no temer los abrazos de aquellos que son tildados de «pecadores», que son excluidos; abrazar a los migrantes, a los pobres, abrazar con los brazos de la mirada comprensiva con los lazos de la solidaridad real, buscando siempre dignificar a aquellos que han sido menospreciados.
Ese gran Maestro de Nazaret nos invita a contagiarnos del amor verdadero, de ese amor que se debe expresar y hacerse eficaz en la entrega desmedida hacia los menos amados por la sociedad, hacia los más pequeños, un amor que es más verdadero que cualquier otro porque se da a aquellos que no tienen nada que dar a cambio, hacia los más amados por Dios, hacia sus preferidos.